14 jun 2009

Paradoja y Antítesis

Hunde los dedos en la sangre desparramada, los frota unos contra otros; huele el sudor de su propio miedo. Carla tiene las manos atadas. Tiene unas manos grandes y gordas. Tiene manos de hombre y sus dedos están llenos de sangre. Verónica está arrojada sobre el suelo. Boca abajo, con un brazo que le cruza la cara. No intenta moverse, parpadea siquiera. El vestido blanco la despega del mugriento piso de madera. Carla se para y estira las manos lo más alto que puede. Apoya las palmas sobre la pared. Acaricia con hosquedad la superficie hasta llegar a su fin. Las botas de Carla hacen chillar el suelo. El roce de la piel en la pared y Verónica que mueve la pierna, entonces el bullicio de la tela contra el suelo. El silencio se mancha con la respiración de Verónica. El aire que emana su cuerpo es enfermo y quejumbroso. No tiene voz, no tiene latidos; respira aire pesado y tosco. Carla apoya la espalda contra la esquina. Las paredes se unen y Carla elige quedarse ahí. Se dejar caer. Se desliza hasta el suelo y estira las piernas hasta tocar la cabeza de Verónica. El pie de Carla, con la bota hasta casi la rodilla golpea levemente la cabeza de Verónica. Un calzado enorme y masculino sobre el reducido cráneo rubio. Los gemidos desganados de Verónica hacen eco en la altura de la diminuta habitación. Carla se vuelve a mover y golpea con más fuerza la cabeza de Verónica. Pero no, esta vez le patea la cara. La chica vestida de novia cobra vida y le sujeta el pie con las dos manos, tironea con fuerza. Carla le patea la cara con todo el pie y Verónica cae con las dos manos sobre el charco de sangre. El mentón contra el suelo. Otra vez la cara sobre el oloroso piso de tablones. Carla se ríe apenas. No puede verla. Escucha los dientes de Verónica acomodarse. El corazón late. Verónica vive intensamente entre las cuatro paredes negras; su corazón late ocupando el lugar del aire. Carla encoje las piernas sin tocar el piso; sin un mínimo sonido. Carla traspira cada vez más. Abre los ojos todo lo que puede para visualizar a su enemigo. Las gotas de sudor recorren los cachetes regordetes y llegan a la boca. Verónica se corre el vestido y agazapada en sus cuatro patas espera ser atacada. Pero Carla no hace nada y se escuchan las ratas caminar, las cucarachas se reúnen cerca de ellas. Algo sucede pero no pueden verlo. Verónica se lanza encima del bulto oscuro y resbaladizo. El calor golpea justo en la cabeza y Verónica envuelve el cuerpo con sus manos, le agarra el pelo y la ropa y el calor la debilita. Carla se defiende con las manos unidas entre sí. Cierra el puño y presiona el pecho de Verónica. Los cuerpos se entrelazan con el sudor y la sangre. Verónica tiene la boca cubierta por el pelo que se pega en toda la cara, le cuesta respirar y grita con cada golpe que recibe. Carla le pega en la cara. Verónica se desvanece, empieza a perder fuerza y sus manos ya no hacen presión sobre el cuello de Carla. El vestido está desgarrado, Verónica está casi desnuda, de rodillas frente a ella. Carla se siente triunfar pero no está contenta. Le pega otra vez en la cara. Verónica retira las manos casi por inercia de encima del enorme cuerpo. La boca está embarrada de sangre y los ojos casi no se abren.
Verónica: - Dame el cigarrillo.
Carla empuja a Verónica con un movimiento sutil. Estira las manos acostándose un poco en el piso caliente. De costado camina hasta la otra esquina tanteando la rugosa madera.
Verónica: - Me voy a ir de acá.
Carla: - No sé dónde está. Lo puse cerca de la rejilla. No lo encuentro.
Verónica se acerca a la rejilla y mete la cara buscando aire. Carla le toca la espalda con cierta suavidad. La mano gigante se mete entre los retazos de tela y el gemido de Verónica se oculta en el hueco sin fin. Verónica se estremece con la caricia de Carla. Una sirena de barco rompe la intimidad y Carla cierra las manos. Verónica abre los ojos sin mover la cara del agujero. El sonido crece un segundo y se va. Otra vez están solas. De nuevo del sollozo de Verónica. Otra vez las caricias amenazantes de Carla. Verónica abre la boca para tragar aire y deja escapar un susurro agónico.
Carla: - No te muevas. No grites ahora. Ya van a sacarnos.

11 jun 2009

Agua y azar

Derrama el azúcar y llora.

Apoya su cabeza gigante con los pelos y todo sobre el brazo izquierdo y llora. Llora desconsoladamente. Llora como si fuese la primera vez y la última. "¿Por qué estás llorando?" - dice una voz grave desde algún lado - La bola de rizos colorados no responde. Se detiene el llanto un momento, pero sólo un momento y estalla nuevamente. Y vuelve a tomar color y tono y luz y música. Se escuchan los latidos agitados, la sangre corre lenta y golpea esporádicamente el corazón. La garganta trabaja ruidosamente en el silencio de la cocina. Estaba en la cocina. Preparaba un té y sin razón, dejó caer el azúcar.

10 jun 2009

Pequeña Ninfa

Una vaca se salió del corral, o era otro animalito. La cosa es que nadie se fijó y ella se puso más tiste. Por eso y porque al día siguiente cumplía siete años. Se puso triste, más que triste. Bajó la mirada y apretó la boca hasta sellarla. El viento soplaba y le secaba las lágrimas tan rápido que nadie reparaba en su angustia. Pero al otro día, cuando era otro día y sobre todo cuando había mucho sol y nadie la escuchaba por culpa de los pájaros, la nena salió de adentro de un huevo gigante y pegó un grito tan irritante que nunca más pudieron olvidarla.

Capicúa

De una a cinco y media perdía el tiempo. Nadie podía decirme nada porque yo había nacido defectuosa y me costaba prestar atención. Me ponían carteles gigantes en cada parte de la casa y me gesticulaban exageradamente mientras se dirigían a mí con la palabra.
Me inspiraba a la noche, pero no siempre. Me gustaba trabajar entre lanas de colores, me gustaba hacer cosas que no le servían a nadie.

Estúpida madeja, no tiene nada de malo ser hábil con las manos.

Mi tiempo es largo a veces. Mi tiempo es demasiado largo.

Yug - in / Hu - Lang

Compraba orejas de piel y repuestos de 303 que por la tarde vendía en el tren que la llevaba de vuelta a casa y no tenía preocupaciones más que la comida del canario. ¿Dónde había puesto la comida del canario? Hacía meses la buscaba con ciertas ganas pero cada vez que abría el armario se acordaba de algo más. Por suerte el canario ya estaba muerto. Por suerte, desde el invierno anterior no se sentían volar esas plumas.

Hilos de baba

Te tuve que ver otra vez.
Me lastimó los ojos sentirte tan lejos;
verte tan cerca y sentirte tan locamente lejos.
Me terminé de despertar con tu risa,
con tu suspiro compadre, chévere…
me hace envidiarte.

Pero eso era lo querías
y un poco me hizo gracia.
Y otro poco sentí nostalgia, no sé.
Verte reír, reírme… me dio algo acá.
Lo que tenía que ser,
eso que eras y eso que fui

Adiós, chico, hasta luego.
Me guardo tus personajes,
me quedo con tus impecables treinta,
con los besos prestados y los robados.
Me voy a otro lado, me fui...
Estoy en mí ahora.