12 oct 2008

Cuentos de Glugluglú

Cuentos de Glugluglú ofrece una seguidilla de historias, inconclusas algunas, otras menos, pero con un estilo muy particular. Obras realmente muy breves, para el deleite de quienes ansían disfrutar de una lectura sin golpes bajos, sutil, con crudeza y mucha frescura a la vez. Editados en versiones totalmente reproducibles. Cuentos para ser contados en cualquier parte. De sobremesa, en el bondi, mientras esperas al oftalmólogo. Entre amigos o con la familia.

Advertencia: No hay moraleja. En serio, no insista.


Cuento 1. "Dígame Licenciado"


Había cierta vez en que los patrones se olvidaban de pagar los sueldos de sus empleados, se olvidaban de sus aniversarios y nunca sacaban la basura, ni al perro.
Conocí a uno, un tipo así, que se ocupó de ser jefe, y listo. Este buen hombre, que cargaba con el enorme peso de la responsabilidad en sus hombros, día tras día, supo hacerse de un buen enchapado en la puerta de su despacho que anunciaba: “Golpee en silencio y no espere ser atendido”. Pero la mañana del treinta y uno de julio, como quien no quiere la cosa, entró su secretaria – en realidad era su hija menor – y sin que se le caiga un solo gesto de respeto, le dijo:
- A qué hora te vas? Me llevo el auto, eh.
El jefe no supo qué decir. Sobre todo porque delante de su amplio escritorio tenía sentado a uno de sus más importantes anunciantes, y para esas horas era fundamental ser educado y más que nada, obsecuente. El dinero iba y venía pero últimamente tardaba en venir más de la cuenta y las preocupaciones aumentaron junto con las deudas. La noche ya se hacía vicio en la casa porque de bares no se podía andar y las nenas del jefe cambiaron sus largas sesiones de belleza por horas extras que de alguna manera se cobraban. Él no solía pagar demasiado nunca pero después de reducir el personal se encontró con que nadie era capaz de llevar el debe y el haber como corresponde. Bueno, ellas tampoco eran muy capaces pero al menos no iban a ser despedidas.
El asunto cerraba así: una empresa venida a menos, una familia disfuncional y la casa del country que desapareció con el último embargo. Qué solución le brindaría la vida a aquellos seres; que quizá más, quizá menos, seguían siendo humanos. La respuesta estaba en otro lado, pero nunca lo descubrieron.
Resulta ser que el patrón nunca entendió que los empleados eran quienes aumentaban sus posibilidades de ganancia gracias a las tareas y el desempeño que bien pendían de un hilo debido a los esporádicos y diminutos sueldos que él estaba dispuesto a ofrecerles. Por lo tanto, su empresa terminó por quebrar como tantas otras. El mismo jefe de familia no sintió la misma responsabilidad en su casa y es probable que se debiera al pequeño asiento que ocupaba en la mesa. La familia se disgregó, tomó opciones diferentes, incluso su mujer. El camino que quedaba entre las puertas de su casa y su despacho desvencijado, se hacía cada vez más corto.
Finalmente - y vamos redondeando - pasó lo que en todas las familias. El tipo se deprime, se pasa de pastillas, se entera la familia del otro lado del mundo y lo tratan de ayudar pero es vano porque él, cansado de dormir en el depto prestado de su único amigo, se tira desde la terraza del edificio y consigue acabar con su miserable y endeudada vida.